El mar de mi infancia

En mi niñez cada verano mi familia y yo pasábamos dos semanas en el Mar del Norte. Cada año mi madre, mi padre, mi hermano y yo volvíamos al mismo hotel. Los propietarios del hotel eran una pareja de ancianos que nos trataban como amigos. Aunque el hotel era muy viejo, me gustaba muchisimo. Los azulejos antiguos en el suelo, los muebles de madera oscura, las cortinas florales, las sansevieras, los techos altos, el olor de las habitaciones (que me sonaba a mi abuela), el cuarto de baño pasado de moda,… El desayuno era muy simple: con pan, mermelada y jugo agridulce, pero no me importaba. El aroma del café que bebían mis padres en la mañana me hacía feliz, porque sabía que era el inicio de un nuevo día, lleno de experiencias agradables.

Después del desayuno ibamos al mar llevando cubos, palas, rastrillos y cedazos para jugar en la playa. El murmullo del mar, las caricias del viento, el agua salada, el calor del sol en mi piel, el arena mojada bajo mis pies descalzos, el olor particular de la costa que me envolvía, los colores chillones de los bañadores, los gritos agudos de las gaviotas,… son sensaciones que nunca olvidaré.

Mientras nuestros padres se relajaban con un libro en la playa, mi hermano y yo saltábamos las olas y nos tumbábamos en la orilla del mar. Me encantaba bañarme en el mar refrescante, pero no me gustaba el sabor del agua salada en mi lengua. Mi hermano y yo, juntos hacíamos castillos de arena mojada hasta que la marea se les tragaba. A veces nos enterrábamos en la arena, buscábamos conchas para intercambiarlas por aquellas de otros niños o jugábamos a la petanca. Cuando estábamos cansados, nuestra madre nos envolvía en una toalla de baño suave. Después mirábamos las nubes y buscábamos figuras en ellas.

Como me encantaba comer helado, en cuanto oía los gritos del vendedor de helados, corría a mi madre para que me comprara un helado refrescante. Tragaba el helado en algunos momentos. Mi sabor preferido era el chocolate. ¡Naturalmente!
Un día mis padres me regalaron una cometa de colores azul y rojo. Esas vacaciones volar la cometa fue mi ocio favorito. Los movimientos de bailarín de la cometa en el viento me fascinaron. La cometa tiraba de las cuerdas como si quisiera volar con las gaviotas. En cambio las gaviotas se quedaban lo más lejos posible de la cometa.

Al fin de un día en la playa volvíamos a nuestro hotel con los cubos llenos de conchas, el pelo revuelto por el viento, la piel cubierta de una fina película de sudor, arena entre los dedos y cansados por jugar tanto al aire libre.
Hace algunos años la pareja vieja falleció y el hotel ya no existe, borrado como huellas en la orilla, pero los recuerdos se quedarán conmigo para siempre.

(Tegenwoordig moeten wij opstellen schrijven voor de Spaanse les. Dus waarom deze niet delen met het world wide web i.p.v. te laten stof vergaren op mijn harde schijf.)

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